Su majestad no es como lo pintan

     En el departamento de caldas, lo que se conoce hoy como Riosucio, en el año 1815 estaba dividido en dos pueblos. Uno era Quiebralomo y el otro era San Lorenzo, cada uno con su iglesia y su parque alejados simbólicamente, hasta que un día dos sacerdotes cansados de tanto disgusto por parte de los dos pueblos, convocaron a la gente y les dijeron que el que no acatara la unión y hermandad sería castigado por el mismísimo Satanás.

     Después de ser sentenciada la unión, se celebraban las fiestas de Reyes al tiempo que los indígenas del Tabuyos festejaban a su modo. Éstos, después de varios años, decidieron participar, dándole matices indígenas a los arios europeos que habían  fundado los dos pueblos. De ahí nacen los matachines que no distinguen entre negro, indio y blanco; son uno solo: el carnaval. Estas fiestas crecieron y tomaron la forma de lo que hoy conocemos como Carnaval de Riosucio. El diablo fue adoptado partiendo de la premisa de que fue él mismo quien los hizo amigos.

     El carnaval se celebra cada dos años, dos años en los cuales todas y cada una de las cuadrillas conformadas por matachines, que en su  mayoría son familias riosuceñas, se preparan para componer sus cantos, los halagos a su majestad.  En estos dos años uno de los lados del pueblo es el encargado de elaborar la imagen del diablo del carnaval.

     Mi llegada a Riosucio el 7 de enero del 2011 fue un revolcón de sensaciones, entre ellas cansancio, expectativa y mucho dolor de espalda. Llegué con cuatro amigos esperando lo mejor. Caminamos las faldas riosuceñas buscando donde quedarnos.  Pero eso es otro cuento. Camino al hostal, la cantidad de colores, sonidos y aromas que asomaban de cada rincón era impresionante. Europeos, asiáticos, paisas, judíos, espinalunos, gringos, españoles, tolimenses y, sobretodo, muchos paisas, adornaban este colorido carnaval. Después, nos dirigimos al parque de la fuente para encontrarnos con una amiga y comenzar con todos los juguetes el carnaval. Llegamos a la dichosa fuente, rodeada de muchos balcones que daban fe de una arquitectura llena de historia y cargada de mil y un festividades. De ahí, atravesamos el parque y llegamos a la tarima donde se presentaba una agrupación de música colombiana espectacular llamada los Cholos de Almería; cosa curiosa, los cholos también eran paisas pero de Medellín. Prendieron la fiesta con los clásicos de antaño. Nos recibieron con el mejor guarapo que la región podía dar. Nos tomamos a ritmo de los cholos unas cuantas botellas y bailamos arrítmicamente lo que la multitud permitía. Posteriormente, para el otro parque. Para llegar allí se debe pasar por algo llamado la calle del comercio. Esta calle estaba adornada con unos faroles en tonos sepia, que simulaba las calles engalanadas de alguna ciudad europea. Chirimias, papayeras y conjuntos vallenatos se hacían presentes a lo largo de la calle. Hermosas mujeres bailando al ritmo frenético de tamboras, bombos y trompetas. Al pasar, se podía saborear ese delicioso “Ron Viejo de Caldas” de las manos de estas hermosas mujeres. Claro está que para cuando uno pasaba al otro lado, muy afortunado sería si pudiera llegar al hostal nuevamente.

     Después de sobrevivir al paso de la calle del comercio nos fuimos al otro lado donde estaba la tarima principal. El ambiente era constante. Mucha gente bailando por todos lados. Más mujeres a la orden del día. 

      En la otra tarima, la fiesta estaba en su más alto punto. Eso pensé, pero así siguió hasta las ocho de la mañana. Todos resultamos amigos. En resumen el diablo se apodero de la fiesta. Este diablo no es un diablo como lo pintan, su majestad, como lo llaman los carnavaleros, es quien une a todos los pueblos del Ingruma y de todas partes del país y fuera de él.  El ambiente es arrollador.  Los discursos de las cuadrillas van desde la crítica al gobierno, citas de lo cotidiano e histórico, hasta el más hermoso discurso sobre una la ley natural como la anarquía que se vive en el carnaval, donde todo se respeta, todo se desinhibe y se deja volar lo más humano de nosotros. Las reglas allí no existen. Los límites los trazamos  a partir del respeto y amor al prójimo. Endiablarse es una condición digna del carnaval. Todo parte de dejar atrás todas las ataduras morales y dejarse llevar por la fiesta y la suspicacia del festival y sus matachines; dejar que el guarapo haga lo suyo.  Esto fue apenas el primer día a los pies del Ingruma en Riosucio, Caldas. Los días siguientes, aún están en mi cabeza y seguirán ahí hasta dentro de dos años que regrese por esas tierras. Riosucio y su carnaval es lo más bello que he podido conocer. No le tengan miedo al guarapo y mucho menos al diablo, él es un tipo amable y muy buen anfitrión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario