Más literatura, menos escribas


Personalmente, encuentro muy difícil descubrir una atracción literaria hacia algún escritor contemporáneo aún vivo. Sonará cruel, pero considero que por desgracia, la inmortalidad de un autor se consolida con la perseverancia en sus obras luego de fallecer. O tiene que presentar estilos narrativos maravillosos como el de Gabriel García Márquez, o métodos intelectuales y últimamente eróticos como el de Carlos Fuentes, o, en su defecto, fantásticos, eruditos, novedosos y sobre todo, persistentes, como el de Umberto Eco, para que mi gusto literario se vea invadido por la intriga del devenir de la siguiente

página con relación a libros que no tengan menos de cinco o diez años de publicación. Supongo que esto plantea las mil y un inconsistencias que genera la necesidad de una buena lectura. No obstante, saber seleccionar obras de los autores anteriormente nombrados por encima de novatos escribas, establece una inmensa distancia entre leer escritores contemporáneos y leer literatura contemporánea. Esa misma literatura que en unos cincuenta años será nombrada bajo términos sociológicos y que a pesar de la enorme oferta anodina y no por poco, basura, logrará rescatar algunos grandes representantes.


Por otra parte, resulta engorroso generalizar en cuanto a la calidad de los escritores nueva era, pero si se tiene en cuenta únicamente el contexto colombiano –como valioso ejemplo de abundancia- las expectativas disminuyen y hasta el mejor lector del mundo, se vería invadido por una desidia petrificante y un pesimismo cultural pletórico. Y es que en un país donde hablar de los niveles culturales resulta peor que un examen de próstata, no es posible dar rienda suelta al exceso inefable de mala literatura. Si bien es cierto que los niveles de lectura son míseros en comparación con otros países de la región, es necesario dar cabida a las buenas y escasas propuestas literarias que presentan algunos autores como William Ospina,

Héctor Abad y hasta Cesar Vallejo. Cabe resaltar que dichas mociones difieren del narco-contexto en el que han sumergido al país escribas que no merecen una distinción literaria seria.

No hay que olvidar que uno de los fines de la literatura es contextualizar realidades sociales por medio de figuras y géneros, además de presentar propuestas narrativas innovadoras. Y es precisamente esto, lo que diferencia un literato de un intento de escritor y hace no lamentar la utilización de tanto papel. No es extraño encontrar jóvenes apenas por encima de los 20 años con una resma de papel bajo sus brazos, profesando y presumiendo por su primera novela y buscando con urgencia una casa editorial que se dé el lujo irresponsable de publicarlos. Esto, sin duda alguna, representa un vasto detrimento en la calidad literaria y aunque este fenómeno no es del todo nuevo, pues en su momento, el prócer literario Julio Cortázar, durante una entrevista con el periodista español Joaquín Soler Serrano, denunció y satanizó estéticamente la necesidad innata de algunas personas por ser leídos, pareciera que en Colombia se está dando en proporciones alarmantes.


A mi juicio, una carrera literaria, honesta, propositiva y medianamente respetable, conlleva cierta cantidad de tiempo y preparación. El gran José Saramago, a pesar de su notable capacidad narrativa, desistió de sus dones literarios durante un largo periodo de tiempo porque sencillamente “No tenía nada qué decir”. Entonces, no veo cómo y cuándo novatos escribas comerciales logran adquirir una madurez gramatical retrospectiva. En ocasiones, el miedo a la hoja en blanco influye eminentemente en la producción literaria, aun, de grandes literatos; por ende, no creo que la simple capacidad de lograr vencerlo sea señal de que se posee una facultad para hacer buena literatura. Así pues, ser escritor se puede presentar dentro de un margen de profesiones factibles para cualquier persona que tenga un dominio mínimo del lenguaje, pero la autoestima y el respeto por las letras, determina de alguna forma, la calidad.


Ojalá, no sólo en el contexto colombiano sino en todo el mundo, se presentara un buen grupo de jóvenes literatos formidables que callaran las voces ominosas de gente incrédula y pesimista como yo - mi diatriba no va en contra de los jóvenes escritores sino en contra de los jóvenes que se creen escritores- y que lograran atraer la atención con el mudar de cada página, pues para los amantes de la literatura, cualquier aporte positivo es bienvenido.


Me resta decir que quizá, sólo así, lograría discernir en que, cuando muera Gabo y los pocos intelectuales que quedan en Colombia, nuestra literatura irá “camino al purgatorio”.


Sebastián Mateus

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