El urinario, Duchamp y yo

La primera vez que vi El urinario de Marcel Duchamp, pensé en nada, en absolutamente nada.

¿Marcel Duchamp? ¿Qué? ¿Quién? ¿Francia?

Tenía unos diecisiete años y estaba en un rincón de mi cuarto de ese entonces. 1:00 a.m y yo ahí, contemplando El urinario. Lo encontré en una de las revistas de arte que me había prestado un compañero, era raro que uno de los de aquel montón de desinteresados tuviese aquel tipo de publicaciones. Lo interpreté como coincidencia. No consideré que mi consdiscipulo supiera de lo extraño y significativo de aquel objeto. Por supuesto, a esas horas de la madrugada, yo tampoco, y más a aún con la dieta balanceada a punta de Coca Cola, Pan y huevos revueltos que sostenía desde hace más de dos meses que lograban que no pudiera dormir, ni pensar.

Me gustaba estar en ese rincón porque era el único sitio en donde me sentía alejado del molesto silencio del pueblo. Y fue ahí en donde por primera vez en mi vida logré entender lo que era arte, o bueno, lo que se suponía que era arte. Y para mi desde ese momento, la luz comenzó a ser el arte de burlar. Sí muy a lo dadaísta. Y es que para burlar no es necesario decir o usar palabras, basta con usar el pensamiento y ya está.


Desde ahí, gracias al dadaísmo, al urinario y a Duchamp, interpreto el arte como yo quiero, lo veo y lo inhalo a mi manera. Lo que quiero decir, es que  Renoir,  Monet, incluso Da Vinci crearon tan majestuosas obras, que no es necesario interpretar las interpretaciones de otros. Basta sólo con ver lo que queremos, o lo que ellos quisieron que viéramos. Ahí es donde yo vuelvo a recordar aquellas noches en las que me encerraba en mi cuarto, y me disponía a buscar pájaros y famas en las obras de Jackson Pollock.


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