El gran apóstol

    El socialista llegó a la asamblea de los estudiantes puntualmente. Su apodo era el gran apóstol. Sin mucho miedo él se sentó contra una de las gradas del coliseo; sin hacer mucho ruido, sin hacerse ni tan arriba ni tan abajo del recinto retumbante.


   Así de pronto fue escuchando a los amantes revolucionarios. El gentío de rojos era además una belleza tremenda. El apóstol empezaba a escuchar cantos de equidad con coros de efusividad. Había demasiadas ganas de revuelta desde hacía varias décadas perdidas. Los activistas elocuentes, hacían sonar una a otra rima, sus voces con sentires de libertad. En adecuado orden de ideas, los presentes exigían algo de respeto, ante tanta ineficiencia administrativa. El desfalco monetario era una vaina indecible. El teatro de los jefes encorbatados, parecía una absoluta quijotada. Menos mal, algunos lectores ilustres, sospechaban que intentaban cerrar a la universidad pública y al menos, desde la valerosa minoría, actuaban ellos humanamente como podían lucharlo. Así, los artistas junto con los filósofos, se sabían enardecidos, peleando por los derechos populares. Ellos, los jóvenes más humildes, pedían antes que algún falso acuerdo, justicia social así como educación de verdad. Y el sensible apóstol, sin muchos aspavientos, atendía a los suyos con aspiraciones de renovación cultural. El hombre de letras, concebía ciertamente un caos politiquero y ello era cierto. Nada que había soluciones dicientes para los ofendidos. Y el tiempo que pasaba. Así que la solución, debía ser la acción integral de los estudiantes, así lo ideaba el apóstol mechudo. Sin perdida de tiempo, había que retomar fuerza de inspiración artística, contra cada asunto deplorable, que afectaba a la comunidad imberbe. Tocaba enseñarle pronto a los codiciosos del dinero, que la burrada de ser estafadores, los dañaba tanto a ellos como a este país menospreciado. En esta seguida razón coherente, el agraciado socialista, analizaba las falencias educativas, dadas por la ignorancia de los directores, quienes aún no superaban los límites del arcaísmo. Más, ante la incultura, hubo varios sonidos con furia y entonces el apóstol gritó; vamos todos a soltar a María Antonia y por supuesto aquí; hubo sublevación y luego paz.

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